jueves, 21 de octubre de 2010

Los muertos, de Lisandro Alonso


Algunos ven en “Los muertos”, de Lisandro Alonso, el más duro, intransigente y hasta narcisista ejemplo de minimalismo fílmico al que se inclina no sólo cierta franja del llamado nuevo cine argentino, sino el “cine de autor” de hoy. Pero es preferible verla como la crónica detallada, minuciosa y hasta morosa, de una aventura esencial.

¿Qué cuenta “Los muertos”? La historia de un regreso a casa. Es decir, el reencuentro de un hombre con un espacio y unas personas.

El hombre sale de prisión y va al encuentro de su hija. Para hacerlo recorre un vasto territorio, camina por la selva, aborda una canoa, surca un río, mata un animal para sobrevivir, bebe mates, cumple un itinerario. No hay mayores explicaciones acerca de su pasado, pero tampoco sobre su futuro. Si alguna intriga se va creando, es mínima o irrelevante. Lo que importa es seguirlo en su trayectoria viéndolo hacer cosas cotidianas como si fuese la primera vez que las hace. Importa el registro del encuentro con los grandes horizontes, con el aire puro y el impulso del río.

No hay nada de Antonioni aquí. El de Argentino Vargas no es un paseo hastiado, ni su condición es la de esos personajes del italiano “que se ven condenados a la errancia y al vagabundeo (...) abandonados a algo intolerable que es su propia cotidianeidad", para decirlo como Deleuze.

Alonso traza la vectorial de la aventura elemental de un ser lacónico y violento, primitivo y explotado, que parte a la reconquista de la cotidianeidad perdida hace mucho para celebrarla en soledad, como un viejo cazador de la pradera. Es el relato de un Jack London desprovisto de intensidades y peripecias, de riesgos súbitos y de "llamados de la selva".

Sin destino escrito ni manifiesto, Alonso filma esa trayectoria en planos abiertos, sin descolocar al personaje, situándolo siempre en su entorno físico. Puede ser en medio de lo agreste o en un paisaje rural interrumpido por carreteras que dejan indiferente al personaje. Él sólo comprueba el hecho de estar libre con gestos mínimos: come un helado, copula mecánicamente con una prostituta, mata al animal. Sólo importa la vivencia del tiempo que pasa desembarazado del relato, del movimiento evidente, de la expectativa por lo que vendrá, del mandato narrativo. Fluencia temporal inscrita en cada encuadre y en cada plano-secuencia. En "Los muertos", el tiempo es un personaje más.

Ricardo Bedoya

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no minimizaría el factor intriga en la película, siendo que desde la primera escena ya se vuelve explícita. Esa alusión a un crimen es una deliberada siembra de sospecha en el espectador, y de forma mediata también lo hace- contaminandolos- con el paisaje, el itinerario y los breves encuentros. La misma ambiguedad del personaje de Argentino no deja de aportar.

Tensión fue lo que sentí en varios momentos, sobre todo en ese final abierto, donde parecería que fuera del encuadre estaba sucediendo cualquier aberración.

Rodrigo dijo...

Tiempo del espectador, tambien. De ahi las reacciones.