jueves, 4 de junio de 2009

Juegos macabros


Michael Haneke dirigió en 1997 un polémico y perturbador filme llamado “Funny Games”. Con la precisión de un analista clínico, Haneke realizó un thriller cruel y agobiante. Una acomodada familia austríaca pasa unos días de vacaciones en una casa vecina a un lago. Una mañana cualquiera recibe la visita de dos intrusos de buenos modales que, poco a poco, se revelan como un par de sicópatas desalmados, dispuestos a someter a la pareja y a su hijo a sevicias de todo tipo.

10 años después, Haneke hizo “Juegos macabros”, una nueva versión de su propia película, pero esta vez en Estados Unidos y con figuras como Naomi Watts, Tim Roth y Michael Pitt.

“Juegos macabros” sigue, con pequeñas variaciones, el planteamiento de la cinta anterior. Su intención es también la misma: trabajar el encierro, el suspenso, la sensación de agobio creciente que provoca el juego cruel de los verdugos y sus víctimas.

Pero hay más: Haneke busca representar los modos más inesperados y acaso triviales en los que se manifiesta el fascismo cotidiano. Dos jóvenes, de guantes blancos y apariencia inmaculada, van desplegando una fría estrategia para crear la disensión familiar, la humillación del grupo, el quebranto moral, el desgarramiento, la sujeción total, la tortura y el exterminio. Las películas de Haneke (“Escondido”, “La profesora de piano”, “El tiempo del lobo”, entre otras) son crónicas de una pesadilla pequeño-burguesa. En el núcleo de una familia de la Europa próspera se infiltran gérmenes destructores. Ellos adoptan las formas de pulsiones irresistibles pero disolventes o de seres de presencia angélica que se descubren como íncubos.

“Juegos macabros”, como antes “Funny Games”, es una película muy violenta, aunque los actos de sangre se mantengan fuera del campo visual. Se cometen allí, al lado, pero no ante nuestra vista. Sin mediar elipsis, con las invisibles torturas ocurriendo en tiempo simultáneo, sólo escuchamos los sonidos de la acción escamoteada por la imagen. Vemos el engranaje de la agresión, la preparación del ataque y su estrategia, pero no su manifestación física. Luego contemplamos los resultados de la violencia, un espacio ensangrentado como el escenario después de la batalla.

Como en todas las películas de Haneke, la dramaturgia se plantea como una situación de laboratorio: los espectadores estamos sometidos al mismo régimen de descubrimiento de la acción que siguen los personajes-víctimas-esclavos: sorpresa ante la agresión, desconcierto ante el ataque, malestar con las torturas y fascinación con un deseo de violencia y retaliación que sale de lo más profundo. Y es que “Juegos macabros” desmonta el mecanismo que convierte al espectador cinematográfico en un cómplice de las acciones violentas que se representan en la pantalla.

¿Cuántas veces nos hemos sentido liberados, gratificados y relajados luego del exterminio de la pandilla de villanos que perturban y maltratan a los protagonistas que movilizan nuestra identificación en una película? ¿Cuántas veces hemos aplaudido el sangriento final de los sicópatas de tantas cintas del género de asesinos seriales? El inesperado rebobinado de la película en la secuencia del control remoto desnuda el impulso violento y la fantasía homicida que induce la ficción en cada uno de nosotros, vengativos espectadores. En ese momento nos sentimos interlocutores privilegiados de esos dos malhechores y cómplices de los guiños del asesino.

¿Qué sentido tiene para Haneke rehacer su película en Estado Unidos? Mucho sentido, por supuesto. Desembarca con su propuesta disolvente en la industria que produce a los Michael Myers (personaje de “Halloween”), Freddy Kruger (“Pesadilla en la calle Elm”) y Jason Voorhees (“Viernes 13”) de este mundo para quitarles el aura monstruosa, presentándolos con la apariencia más o menos banal de muchachos de suburbio capaces de imponer las peores formas de control totalitario.

Al final, estos “Juegos macabros” resultan menos potentes y logrados que los “Funny Games” originales. Tal vez el registro más alto, más interiorizado, más encarnado, más dramático de los actores de esta versión aportan un “pathos” que estaba ausente de la otra, más distanciada, congelada, mecánica, cerebral y demostrativa. Es decir más cercana a la visión del cine de Haneke, que crea las condiciones ideales para que sus cobayas se muevan en la dirección correcta, reciban las descargas de la agresión en el momento oportuno, muestren las huellas que quedaron, retrocedan, se acurruquen en una esquina, vuelvan a la carga para recibir una nueva sevicia y luego… La prueba del laboratorio puede horrorizar pero también fascinar. Haneke suscribe las conclusiones: es lo que él quería demostrar.

Ricardo Bedoya

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Por momentos es repulsiva pero al final resulta bastante impresionante. Naomi wats es preciosa y su belleza es un gancho para sentir mas su sufrimiento.

Anónimo dijo...

Que pelìculas de Haneke se han estrenado enel Perú?

Anónimo dijo...

Haneke registra tres estrenos en la cartelera comercial limeña: "La profesora de piano" (La pianiste), en diciembre de 2002; "Escondido" (Caché), en febrero de 2007; y "Juegos macabros" (Funny Games U.S.), en mayo de 2008.

Anónimo dijo...

La pelicula como dice ricardo bedoya, es un desmontaje y reesamblaje de los mecanismos que el cine tiene de mostrarnos la violencia, no necesariamente de la violencia en si. El exito de la pelicula con respecto a la transmisión del mensaje o la sensaciónes que el director quiere mostrar radica en que en todo momento los actores nos señalan que estamos en un film (the fourth wall), como godard en pierrot le fou, y aun asi lo que vemos nos fastidia y perturba. La violencia sin erotismo, sin morbo maniqueo, sin redención: materia brutal.