sábado, 9 de agosto de 2008

Diario del Festival VI: Flandres, una obra maestra, y las otras


Perro sin dueño de Beto Brant y Renato Ciasca.

La historia de Ciro, un treintón aletargado con complejos de adolescente que no tiene muchos planes para la vida, es quizás una de las películas más insulsas que haya visto en el festival. Podría resultar coherente darle el tratamiento episódico para narrar pasajes del quehacer cotidiano de un personaje que argumentalmente no tiene mucho que decir. Vemos lo suficiente de esta aparente duda existencial en cada secuencia: a Ciro haciendo el amor con su novia modelo, yendo a comprar a la farmacia, caminando por las calles nocturnas con su perro callejero (metáfora evidente), almorzando con sus padres, recibiendo traducciones, etc, sin más motivos que el de pasar el día a día como se pueda. Sin embargo la trama resulta superflua y por momentos de resoluciones antojadizas. El brasileño Beto Brant llamó la atención con la eficiente O invasor y con la extraña Crimen delicado, pero con esta adaptación libre de Até o día en que o cão morreu, de Daniel Galera, joven escritor de 30 años, representante de la nueva literatura brasileña, que ambienta sus novelas en su Porto Alegre natal, arruina nuestras expectativas. La película compite en la selección oficial.

La señal.

La ópera prima de Ricardo Darín forma parte de la muestra Secretos y tesoros de Latinoamérica, pero ya el título de la selección le queda grande. La señal es el proyecto que dejó inconcluso Eduardo Mignona, el director fallecido de filmes como Sol de otoño y que Darín ya asume como asunto personal. El gran problema de La señal es que se ve como mala copia del mejor cine negro (aunque teniendo en cuenta que uno de los productores es Telefé, el filme debía ser lo más efectivo posible taquilleramente hablando), no sólo porque vamos a encontrar a un par de detectives con sus tira y afloja, a una femme fatale de rostro angelical, a unos mafiosos casi fantasmales, sino que las evocaciones al cine de Orson Welles, sobre todo (el juego con los espejos de La dama de Shangai aquí tiene guiños elaborados), resultan por momentos impostados. Lo notable: un Diego Peretti impecable, como el típico detective cansado pero con la fórmula exacta a la mano y una fotografía casi en sepia que ayuda a dar atmósfera a una Buenos Aires de 1952. Lo penoso: en el epílogo asociar el hecho final a la muerte de Evita. Darín no pudo evitar el toque Subiela. Pero la diferencia con el mito peronista es que Corvalán (el personaje de Darín) y su señal no pasarán a la historia.

Personal belongings de Alejandro Brugués.

Si no fuera por la venezolana Postales de Leningrado que ocupa el lugar de la más inefable del Festival, esta ópera prima cubana se hubiera llevado el título de "lo que nunca deberías presentar en un festival", aunque de Cuba hemos visto propuestas más brutales en años anteriores (aún me acuerdo de Hacerse el sueco, por ejemplo). Brugués ha hecho casi un filme de propaganda para evitar que más cubanos dejen la isla, y lo hace a través de una historia de amor, pensando en un público objetivo de jóvenes y adultos solteros en edad de migrar. Los giros argumentales son hilarantes, los diálogos insufribles, la puesta en escena luce descuidada, pero a pesar de eso se deja ver hasta el final. Pero ¿eso es un logro?

El argumento es sencillo y reconocible. Un joven que vive su auto, ha vendido todo para dedicarse a aplicar visas a países europeos que le permitan abandonar su país y hacerse un futuro mejor. Pero sus planes se ven en peligro cuando conoce a una doctora, de la cual se enamora, lo que crea un conflicto y pone en duda sus deseos de irse. Pero en ello no hay mayor sorpresa ni habilidad. Personal belongings puede dejar de verse sin ningún sentimiento de culpa.
Flandres de Bruno Dumont.

Todo festival debe tener su par de obras maestras como mínimo, y no sé cuáles serán las otras pero esta excepcional película francesa ofrece lo que no he visto en la decena de películas que vi durante la semana. El cielo y los campos de Flandres tienen el mismo aire que asfixia en La humanidad. El pasto verde y calmo, sin correspondencia con las almas que lo habitan, es el mismo que cobija al protagonista de La vida de Jesús. Bruno Dumont se muestra feroz como siempre, duro con sus personajes pero a los que suele dar en momentos inesperados una cuota de humanidad. Su pesimismo aquí sigue conservando el mismo escepticismo que en sus otros filmes y como Robert Bresson (es inevitable asociar a la protagonista con Mouchette) su mundo simbólico y metonímico va a proponer un universo de arquetipos fantasmales y desdibujados en una existencia opaca, inflexible, fría. Personajes jóvenes hartos de la vida, espacios que oprimen en la guerra y los campos que se tienen que labrar. Flandres es una película dura, de situaciones extremas, que confronta y exige.

Mónica Delgado

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Flandres obra maestra?, creo que solo los criticos se tragan ese cuento...