domingo, 11 de marzo de 2007

Parece verdad pero es ficción: el fenómeno del "mockumentary"




Hace algunas semanas, José Carlos Cabrejo escribió un artículo para El dominical del diario El comercio sobre el mockumentary. Se ha estrenado Borat, una nueva representante de ese género, así que posteamos aquí el artículo, para aquellos que no lograron leerlo en su oportunidad.




Allá por el año 1984 se hizo This is Spinal Tap, una cinta presentada como un documental que revelaba el día a día de un legendario grupo de heavy metal llamado justamente Spinal Tap. Cualquier espectador desprevenido, al ver el filme, se preguntaba extrañado, “¿por qué nunca antes escuché a alguien hablar de esta banda si es tan popular?”. En búsqueda de una respuesta, pronto descubría que se le había tomado el pelo, que dicha agrupación de rock jamás lanzó disco alguno ni existió.

This is Spinal Tap es, pues, un falso documental; y se dice que Rob Reiner, su director, la catalogó como un mockumentary. El término en mención se inspira en la palabra “documentary” (documental), pero introduciendo la expresión “mock”, que en inglés significa “burla”, “mofa”. Por ello, se define como mockumentary a toda aquella película o programa de televisión que es realizado y presentado como un documental (que incluyen entrevistas, imágenes de apoyo, cámara en mano u otros recursos usualmente utilizados en el género), a pesar de que cuenta hechos ficticios.

Uno de sus empleos más frecuentes es el de satirizar toda clase de fenómeno cultural. Y eso es precisamente lo que hace This is Spinal Tap, una burla de los clichés y las poses de las grandes bandas de rock n’ roll: de sus aires de divos, de sus halos de malditez, de sus parafernalias extravagantes. La cinta exagera todos esos rasgos con una puesta en escena hiperrealista. Las imágenes de la película son tan veristas que fácilmente se podrían confundir con cualquiera de los reality shows de la actualidad, no obstante su humor extraño, absurdo.

LOS ORÍGENES
Sin embargo, This is Spinal Tap no fundó el mockumentary. Ya en el año 1958 Disney había producido la cinta White Wilderness, un “documental” que reafirmaba la idea de que una especie de roedores llamados lemmings se quitaban la vida para preservar su descendencia; pero a partir de escenas trucadas de su supuesto suicidio.

El caso de White Wilderness nos lleva a constatar otro de los usos que tiene el mockumentary: la generación o afirmación de mitos, de creencias falsas, que terminan arraigándose en el imaginario popular. El Proyecto de la Bruja de Blair (1999) es un ejemplo emblemático. Según cuentan sus directores, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, contrataron a tres actores para que, con una cámara en mano, se adentraran en un bosque e investigaran la leyenda de la bruja de Blair; sin saber que una serie de trampas les haría creer en la existencia de ese personaje mitológico. Así, el acabado amateur de las cintas grabadas por ellos (finalmente editadas para convertirse en la película), en complemento con páginas web que señalaban a esos tres actores por desaparecidos, hicieron pensar a millones de espectadores que no había nada montado en el filme, que el acoso de la bruja hacia esos jóvenes en el bosque era real.

MOCKUMENTARY DE AUTOR
Grandes cineastas como Woody Allen o Federico Fellini se aproximaron más de una vez al mockumentary, aunque a partir de otra clase de búsquedas expresivas. En Zelig (1983), se cuenta la historia de un personaje ficticio de los años veinte que tenía la capacidad de transformar su físico al hacer contacto con distintas personas. Esta comedia, que reflexiona sobre la identidad y sus formas de adaptación a todo grupo social, es un mockumentary elaborado a partir de “archivos periodísticos” y entrevistas a personalidades como Susan Sontag. Lo interesante en Zelig es que la película actúa de igual forma que su protagonista: es una ficción que altera su apariencia, la hace mutar, y la construye a la manera de su género opuesto, el documental.

En Roma (1972), Fellini se acerca, con una mirada personal y nostálgica, a la capital italiana. La ficción convencional (que representa la ciudad en el pasado durante la era Mussolini), y el mockumentary (que plasma la localidad en el “presente” de comienzos de los setenta, con imágenes de los jóvenes hippies y de las noches en autopista, de entrevistas, y con una voz en off que describe las calles), se intercalan. Ese paralelo le sirve al cineasta para articular su idea de que todo tiempo pasado fue mejor. Hay una fascinación barroca y colorida en la recreación de la Roma de su niñez, poblada por personajes grotescos pero entrañables; mientras que la forma documentalista con la que configura la nueva Roma, termina siendo lóbrega, sombría, fría. La estética mockumentary del filme no hace más que acentuar, exacerbar, amplificar esa realidad que para Fellini es tan moderna como distante.



José Carlos Cabrejo

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